lunes, 25 de octubre de 2010

Capitulo 28. Catástrofe.

Hola. Yo de nuevo... obviamente. ¿Quién sino? Bueno... espero que les guste el capitulo, anque sea un poco dramático. Ah, y chicas, les aviso que mañana sí voy a subir capitulo, pero ni el miércoles, ni el jueves, ni el viernes y tampoco el fin de semana voy a poder. Me voy de viaje, pero bueno. Les prometo que el lunes sí les escribo. Besos.
PD: Y perdón por el capitulo 29, que es bastante tonto,

Capitulo 28
Catástrofe.

- Quiero ir a tu casa.
- ¿Por qué de repente salís con eso? -pregunté algo asombrada-
- No sé. Pero quiero ir a tu casa -parecía firme, ¿tendría caso discutir?-.
- No. Con mis papás, no.
- Sí.
- No.
- ¡Sí! -insistió-
- Jey… -dije en tono lastimoso-
- ¿Qué?
- No vamos a ir a mi casa, mis papás van a arruinarlo todo, son unos… idiotas.
- Vamos, no me importa lo que tus papás o los míos digan.
- Está bien. Pero que conste que no estoy ni un poco de acuerdo con esto, eh.
- Consta.
Reí.
- No puedo estar enojada con vos, ¿no?
- No -sonrió y me besó-.
Nos levantamos y salimos de la cueva, que ya no parecía oscura, él la iluminaba. Que ya no parecía fea, él hacía que lo olvide. Que ya no estaba ruinosa, él la transformaba.
Caminamos a casa y cada paso que dimos, la idea de llevarlo para que conozca a los alcohólicos de mis papás (mientras los suyos seguro vestían traje y vestido largo y no tenían ni una multa o antescendente) me parecía una peor idea.
Pero cuando nos paramos al frente de la puerta, la idea ya no parecía mala, si no terrible. ¿Qué estarían haciendo ellos ahora? Peleando o tomando, seguro.
Saqué las llaves del bolsillo de mi pantalón (cruzando los dedos, sacando esperanza de no sé dónde) y abrí la puerta.
Gritos. ¿Cómo podría haber esperado otra cosa?
- Dejate de joder, mujer -gritaba mi papá-.
- Sos un tarado, no sé para qué me casé con vos, sos un vago, un inútil, un cómodo, no haces nada en todo el día, idiota.
Los ojos se me llenaron de lagrimas. ¿Por qué había aceptado llevarlo a él a casa?
En el mejor de los casos no nos escuchaban y podíamos subir a mi cuarto en paz… o algo parecido.
El me apretó la mano cuando no soporté las lágrimas y por mi mejilla resbaló una. Me la secó con una mano y a la otra me la apoyó en la otra mejilla.
- Todo va a estar bien, no te preocupes -me susurró-.
Entramos a casa y… se callaron. Los dos voltearon la cabeza y nos miraron fijamente. Sus ojos se pasearon por mi cara llena de lagrimas, nuestras manos unidas y la expresión de mi novio de desconcierto. Pero yo le había advertido.
- ¿Quién sos, nene? -le preguntó mi papá (que por supuesto estaba ebrio) a Jeydon de un modo lo suficientemente grosero como para que este le conteste con un insulto-
- El novio de su hija, señor -contestó con amabilidad-.
- ¿Y quien te crees que sos para hacerla llorar? ¿Sos tarado? -preguntó a los gritos-
- Yo no fui -y… claro que no-.
- ¿Y quien fue entonces?
- Eh… no sé.
- Bueno, ¿te digo algo? -preguntó de muy mal modo mi mamá- Mi hija no va a tener novio, porque son malos y las engañan a las mujeres, oh, pobres de nosotras.
- Callate, trola. ¡Mirá cómo te vestís!
Por primera vez, miré lo que usaba mi mamá. Sí, mi papá tenía razón. Mis ojos, ya secos, se volvieron a llenar de lagrimas.
- ¡Y vos un alcohólico! ¡Mirate!
Cuando quise arrastrar a Jeydon fuera de la habitación, volvieron a acordarse de que estábamos ahí.
- Desaparecé de mi vista, pibe -le gruñó mi papá-.
- ¡No, papá, no! Yo lo quiero mucho. Dejalo que se quede -enrosqué mis brazos alrededor de su cuello-.
- ¡No! Elizabeth, vení ya mismo para acá, alejate de él.
- No, papá. Yo lo quiero conmigo -dije llorando-.
- Dale, pibe. Salí de ahí. ¡No la toques!
Jeydon me soltó la mano, abrió la puerta y se fue.
- ¿Ves lo que hiciste? ¡Arruinaste todo! Yo lo quería, lo quería de verdad y lo echaste a perder -grité con toda mi fuerza y corrí escaleras arriba, mientras un torrente de lagrimas resbalaba por mi mejilla, ¿Qué caso tenía decirselo, si a la mañana siguiente no iba a recordarlo?-.
Cuando llegué arriba me tire en la cama y crucé los brazos sobre la cabeza, mientras las lagrimas me empapaban. De repente sentí un ruido.

Capitulo 29, adelanto.

- Es… deseo -supe que no era una pregunta-.
- Eso creo. Nunca antes lo había sentido, pero aun así, intuyo que sí es deseo.
- ¿Nunca?
- Jamás. ¿Vos sí?

- ¿Vamos a tomar un helado, Sra. Prudencia? -preguntó-
- Vamos.
Nos pusimos a caminar rumbo a la heladería más cercana.
- Acá, esta es la plaza en la que está la heladería.
- Genial.

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